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Diario YA


 

“No debes quejarte de la nieve en el tejado de tu vecino cuando también cubre el umbral de tu casa” Confucio

¿Aguantará Europa el envite de una contienda prolongada?

Miguel Massanet Bosch.

Seguimos viviendo en un mundo imaginario en el que nada resulta importante y todo sigue una rutina que nos viene ocultando lo que se está cociendo, por debajo de esta aparente normalidad. No está, ciertamente, Europa en sus mejores momentos y algunos ya empezamos a pensar que aquella unidad férrea que mostrábamos entre todas las naciones europeas, a la iniciación de la guerra de Ucrania,  que pronosticaba un apoyo sin fisuras a los ucranianos, para ayudarles a enfrentarse a Putín y sus soldados; empieza a tener sus primeros fallos y, si no, que alguien nos explique el por qué el señor Macrón, de Francia, se ha mostrado tan legalista, estrictamente reglamentista y, evidentemente, poco afortunado al hablar con un énfasis poco común en él, de la “imposibilidad” de aceptar la entrada en la OTAN de la nación ucraniana, marcando un hipotético plazo de 20 años para que  aquella masacrada nación pudiera acogerse al amparo militar de la UE, por medio, precisamente, de su ingreso en la organización de defensa común de la comunidad de naciones europeas.
El hecho insólito de que el mandatario francés se muestre, en uno de los momentos de mayor tensión que está viviendo Europa, tan distante, frio y posiblemente poco dispuesto a que las consecuencias de una guerra con Rusia, pudiera influir negativamente en su idea de capitanear, ahora que Alemania parece tener problemas de distinta índole desde que cambió de gobierno con la renuncia de la señora Merkel;  nos hace suponer que en las conversaciones que, a lo largo de todo este periodo de la invasión rusa de la nación ucraniana, ha venido manteniendo con el autócrata Putín, no sabemos si a iniciativa propia o como delegado del resto de la UE, se ha hablado de soluciones mixtas, de cesiones territoriales, de forzar a los ucranianos a aceptar, aún en contra de su voluntad, alguna clase de pacto humillante que pudiera agradar al resto de Europa, a costa de dejar en la estacada a los héroes de Zelenski.
El hecho de que, desde la misma Turquía, su mandatario, el señor Endorgán, se haya constituido, por su parte, en otro objetor a que naciones como Finlandia o Suecia, ambas peticionarias del ingreso en la CE, puedan ser admitidas inmediatamente bajo el paraguas de la OTAN, no hace más que indicarnos la debilidad de una coalición de naciones que carece de una constitución común ( recordemos que los franceses fueron los que impidieron que esto ocurriera), que no acepta la voluntad mayoritaria, que no se ha percatado o, si es que lo ha hecho, ya tarde para enmendar los errores que viene arrastrando desde el mismo principio de la UE y,  uno de ellos, es que no exista un mando militar independiente que no esté subordinado a que, cualquiera de las naciones que componen la coalición, difiera de sus planteamientos y decisiones sin que, con ello, no se produzca un colapso capaz de poner en peligro la seguridad de todo el continente europeo.
Si, contrariamente a lo que muchos pensábamos, los EE.UU vienen manteniendo una postura indiscutible en cuanto a su decisión de apoyar a Ucrania por medio de ayuda militar, económica y  servicios de inteligencia militar que, de momento, parece que va a tener continuidad en el tiempo; lo de Francia, su postura individualista, su política evidentemente equívoca y la clara intención de convertirse en la conductora de la UE, resucitando aspiraciones napoleónicas que nos hacen pensar en la “grandeur” que siempre ha acompañado a una nación, con bastantes sombras en cuanto a su respecto por la vida de sus ciudadanos y, si no, que se lo pregunten a jacobeos como el señor Robespierre.
Sería una verdadera pena y, de paso, una manera ruin de corresponder al heroísmo de los ucranianos que, en el momento en el que precisan una ayuda incondicional de toda Europa, por ambiciones personales, por discusiones entre unos y otras administraciones o por el simple hecho de que alguien se quiera pasar de listo para conseguir, con su veto, mejoras, privilegios, concesiones u cualquier otra recompensa que, de alguna manera, pudiera perjudicar a cualquiera de las naciones que, actualmente, forman el conglomerado de la UE.
Nadie pudo pensar que, el defender a los ucranianos, era una cuestión sencilla, barata, exenta de riesgos colaterales y, por supuesto, de largo recorrido y mucho tiempo de enfrentamiento, porque era evidente que así sucedería. Es obvio que el señor Putín se equivocó en cuanto a las dimensiones que iba a adquirir un conflicto que, él y sus generales, debieron pensar que sería algo así como un paseo triunfal por el territorio ucraniano. No ha sido como pensaron y lo están pagando con miles de muertos y con graves pérdidas de material bélico que, por supuesto nunca pensaron que ocurriera. Pero tampoco podemos pensar que la nación rusa está indefensa, que carece de un gran y disciplinado ejército y que dispone de armas para sostener una guerra de desgaste que, evidentemente, también lo sería para sus oponentes.
El verdadero peligro existe en cuanto el espíritu de unidad, la simpatías por la causa de Zelenski y sus hombres o el enfado por el comportamiento abusivo y criminal de Putín, puedan verse afectados por el cansancio, de una contienda que se alargue en el tiempo,  que afecte a la ciudadanía europea por sus repercusiones en las consecuencias directas e indirectas sobre la economía y su modus vivendi ; la insistente propaganda de los comunistas que, obviamente, no participan en lo que son los intereses de sus adversarios políticos y los efectos perversos que toda guerra produce en cuanto a la normalidad que cualquier persona desea para su modo de vivir.
Y unas palabras sobre epidemias. Primero vino el virus del Sida, de origen y trasmisión sexual entre personas del mismo sexo; más tarde sufrimos la pandemia del virus Covid 19 que, pese a todo, sigue persistiendo en algunos lugares del mundo y, en España, tampoco se ha acabado de solucionar y, recientemente, ha aparecido un nuevo virus al que provisionalmente se ha denominado como la viruela del mono. Un virus desconocido, un virus purulento y un virus que, por el momento se viene atribuyendo a trasmisión sexual entre personas del mismo género. Algo sobre lo que meditar y sacar consecuencias. Siempre se acaba por justificar aquello que no lo es pero que, indudablemente, perjudica a aquellos sectores de la sociedad que vienen defendiendo, a capa y espada, la libertad, conveniencia, higiene, normalidad y cualesquiera otras circunstancias, que sirvan para obstaculizar el ejercicio de determinados comportamientos relacionados con el sexo, que no se deben apoyar, por supuesto, en las leyes que rigen la naturaleza sobre el comportamiento de las bestias y de los humanos.
Esperemos que esta nueva forma de virus no siga los caminos y la virulencia de los que los han precedido. Pero creo que ya va siendo hora de que empecemos a dejarnos de acudir a las supuestas libertades sobre el uso de nuestros cuerpos y empecemos a valorar los efectos que, para la propia persona y para todos sus congéneres, se puedan derivar de un mal uso, un ejercicio erróneo o un placer determinado, sobre la salud colectiva y sobre el resto de las personas que no se deban ver afectadas por quienes anteponen sus derechos individuales a los del resto de la humanidad. Aquí no se habla de derechas o izquierdas, de ricos ni de pobres, de jóvenes o de ancianos, aquí tratamos de mentalizar sobre determinadas enfermedades que se producen como consecuencia del ejercicio de unas libertades, que acaban por perjudicar a todo el conjunto de una población. Deberemos preguntarnos ¿libertades o salud?
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no acabamos de hacernos a la idea de que estamos en manos de quienes no se preocupan por el bien común de las personas y vienen actuando, tanto en España como en el resto de Europa, a favor de ideas destructivas, de políticas inaplicables, de utopías obsoletas y de formas de gobierno que, a través de los siglos, se han venido mostrando como incapaces de solucionar los problemas de una población que antes prefiera vivir de las subvenciones, que del esfuerzo, el trabajo, el estudio y la libre iniciativa que ha sido como, desde que el mundo es mundo, se ha venido consiguiendo que los ciudadanos progresen, avancen y mejoren su nivel de vida.

 

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